Michel Foucault, por su cuenta, retomó el lema de la Antigüedad: “ocuparse de sí”. Jean Allouch le sigue los pasos muy de cerca: efectuar un análisis, ¿no es una buena manera de ocuparse de sí? Objeción: ¿cómo cuidarse de sí, sin volver a dar consistencia a un sujeto que se volvió evanescente por el descubrimiento freudiano? Quisiera destacar que allí, el pensamiento, es paralizante: que no hay levantamiento de esta objeción –son propósitos de El amor Lacan– más que en una renuncia de sí. Sostener que únicamente eros obtiene tal renuncia, subvierte el “cuidado de sí” que retoma Foucault. “Cuida tú de ti, de manera que obtengas el amor que no se obtiene”, tal es la proposición del amor Lacan. Una proposición que convoca a un acto. Decir que el psicoanálisis es un “movimiento espiritual” lo desprende de la “función psi”, del poder médico, en el que se empantanó; pero situarlo así, con Foucault, en el lugar de lo espiritual, ¿no lo amarra en las filas del cristianismo? El cristiano, ¿no practica tanto el cuidado de sí como el filósofo antiguo? Reencontramos la objeción. Pero el amor Lacan, no propone un retorno a la antigüedad. Nuestro tiempo ya no es −definitivamente no− aquel de un politeísmo abundante. Es el del anuncio de la muerte de Dios. Es para Esos enlutados –que, con harta frecuencia, no saben que lo son− que está hecha esta proposición. Al moderno que, sabiendo muerto a Dios, permanece ensombrecido por Su fantasma. A esta Modernidad, Lacan la llamaba “el sujeto de la ciencia”. Y el “ocuparse de sí” al que convoca la proposición, es que, en fin, efectúe Su duelo. Que sacrifique a eros un trozo de sí. La apuesta –no es la de Pascal— es que el ejercicio analítico, cuando se termina, cuando el sacrificio es efectivo, produzca tal des-lastramiento de la trascendencia divina –hasta el olvido de lo que habrá necesitado la suposición. ¿Cómo sería posible eso? ¿Un tal efecto, está constatado? De El amor Lacan, se desprende esta condición de la eficacia analítica: que el dominio de su ejercicio escapa a quien a eso se somete.
|
|
Entonces, no podría consistir en la “técnica de sí” que veía Foucault. El análisis extrae su eficacia de experimentar eróticamente al sujeto. Es la transferencia. Experimentar dónde se desmorona el sin límite del amor, divinizado por el cristianismo. En eso se juega la destitución del Otro –Aquél con el que se hace la confesión. A partir de esto, “ocuparse de sí”, es volverse capaz de una nueva libertad: la de pasar de la suposición religiosa de un Otro, garante del amor. Esto, dice Lacan, de poder rechazar amar “su” inconsciente, de no amarlo más como a sí-mismo. De este modo la proposición, es una doble respuesta dada a Foucault con Lacan: sí, el ejercicio analítico es un ejercicio espiritual (que se puede, genealógicamente, adjuntar a los ejercicios practicados por los Antiguos); no, este ejercicio no es una técnica de la confesión heredada del cristianismo. Espiritual, no lo es más que por el significante. Entonces, ¿a qué acto convoca la proposición del amor Lacan ? Intentar aportar una respuesta a esta cuestión, es, primero, aclarar el lugar de efectuación de este acto. Lacan inscribía el acto analítico en el cogito cartesiano –en el lugar (el alto lugar) del pensamiento. Extrajo de ahí el objeto a y su sujeto dividido. El lugar de la proposición, es el amor. Me propongo explorarlo tal como se presenta en el momento mismo en que emerge el sujeto de la ciencia, en la literatura de ese tiempo, por ejemplo en Racine, y en los místicos. Pero, tal vez, en ningún lugar mejor que en La princesa de Clèves, está expuesta la lógica a la que responde el sujeto amoroso. A partir de esta lógica es que, volveremos, como lo hizo Lacan con Descartes, al lugar del acto analítico. A la experiencia de amor que es el ejercicio analítico. Ese será el momento de decir en qué la proposición del amor Lacan, subvierte el cuidado de sí foucaultiano. ¿En qué —tomando apoyo en la experiencia mística de Jeanne Guyon— llama a una desdivinización del amor? En fin, ¿en qué “obtener el amor que no se obtiene” es un cuidado del que nadie puede valerse?
|