viernes 28, sábado 29 y domingo 30 de octubre de 2011 En el Auditorio del Tecnológico de Monterrey Campus Ciudad de México Calle del Puente # 222 – esq. Periférico Sur. |
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A causa de su sesgo provocativo, la afirmación “Il n’y a pas de rapport sexuel” parece no pertenecer más que a Lacan y sólo a él, quien la sostuvo desde su primera aparición el 10 de marzo de 1969 hasta el final de su enseñanza en 1980. La elevó al rango de principio básico absoluto sin el cual nada podría entenderse tanto del psicoanálisis freudiano como de la sexualidad humana en general. El punto problemático consiste en que suena como una contra verdad obvia, lo que conduce a sus partidarios a dejar suponer que esta negación de existencia esconde un enorme sentido detrás. Ahora bien, primera pregunta: ¿qué es aquello de lo que se dice que no existe? Cada uno se las arregla, a gran velocidad, para pensar que sí, que por supuesto que hay una relación entre un sexo y el otro. Pero, ¿de dónde le viene esa certeza? ¿Del hecho mismo de coger? ¡Pero es un acto! ¿Por qué asimilar el acto sexual a una relación entre un término y otro término fuera del acto mismo? Apenas nos detenemos en este tipo de preguntas y vemos aparecer una tradición instalada entre los siglos XI y XIII, a la que los historiadores llamaron “reforma gregoriana”. En el marco de ese vasto movimiento de reorganización de la Iglesia romana se construyó, dentro del saber teológico, el concepto de “contra natura”. Este fue centrado en el pecado denominado de “sodomía”, término que apareció por primera vez en 1050. Se llamó así a cualquier acto sexual que fuera “contra natura”, es decir que fuera en contra de la procreación, o en contra del deber marital que apuntaba a ella; todo el resto era sodomía. Se puede mostrar que la psiquiatría francesa de la segunda mitad del siglo xix —una psiquiatría bastante católica que fabricó el concepto moderno de “perversión”— es heredera (siguiendo la moda de la época) de esta tradición del “contra natura” vía la invención aparentemente “científica” de un “sentido genésico”. Ese sentido se refería a un instinto que dirigiría, en su ceguera y su certeza de instinto, a cada sexo hacia el otro. Todo lo que no iba en ese sentido era “perversión”. Aquí nos encontramos con la afirmación clave de la existencia de una relación “natural” entre los sexos, que se lee claramente, por ejemplo, en un libro intitulado Des aberrations du sens génésique, escrito y publicado en 1881 por el psiquiatra Paul Moreau de Tours (hijo de Jacques-Joseph, más conocido por su obra sobre el hachís). Cuando Freud, aparentemente ajeno a esas consideraciones, determinó en 1905, en sus Tres ensayos…, el estatuto de la pulsión a través de sus cuatro determinaciones —meta, esfuerzo, fuente y objeto— afirmó, sin vacilar, que el objeto era “cualquiera”, que no había ninguna pre-determinación entre el objeto y la pulsión. Sin insistir más (¿sabiéndolo, o no?) estaba interviniendo en un debate secular, y situándose en contra de la psiquiatría de su época. Cuando Lacan, sesenta y cuatro años más tarde, lanza su “Il n’y a pas de rapport sexuel”, viene a inscribirse, sin decirlo así, en el punto clave de esta corriente freudiana que ni Jung ni Jones siguieron, y menos aún los analistas franceses quienes fueron a profesar una “pulsión genital”, o un “objeto genital”, primos lejanos del “instinto genésico” de la psiquiatría del siglo anterior. Hay, obviamente, otras coordenadas que hicieron que Lacan promulgara esta afirmación provocadora. Más que cualquier determinación clínica relativa a los sexos, contaba el hecho de que, con su definición anterior del sujeto —representado por un significante para otro significante— había definido un sistema donde no se encontraban más que relaciones, por todas partes y hasta perderse de vista, sin que nada viniera a limitar esta proliferación de lazos por fuera de cualquier “orden de las razones”, que tanto gusta a los filósofos. Frente a esa posibilidad de un “pan-relacionismo” (como Freud pudo ser acusado de un “pan-sexualismo”), Lacan tenía que introducir, de una u otra manera, una “no-relación” fundamental. Aquí nos encontramos con la sutileza lógica: negar una existencia es algo muy arriesgado. ¿Cómo saber de antemano si en un rincón cualquiera no se encontrará la prueba de lo contrario? Muy bien lo sabía Blaise Pascal quien, al plantear la existencia de un vacío, es decir la negación de cualquier cuerpo, tan sutil como se pueda imaginar, en la cúspide del tubo de Torricelli, se contentó con formular una afirmación hipotética: “hasta prueba de lo contrario, afirmo que no hay ningún cuerpo en ese espacio”. Lacan no hizo así. Intentó primero sostener ese enunciado con la ayuda de sus fórmulas de la sexuación, instalando un desequilibro tal entre los sexos que ya no se podía establecer una “rapport” entre ambos. Después forjó una restricción del sentido de la palabra “rapport” reduciéndola a una concatenación de dos consistencias anudadas una a la otra. Eso permitía entonces enseñar el nudo borromeano como un lazo que no sería una “rapport”, y concebirlo como un ejemplo positivo de una “non-rapport”. Se arriesgó así a deslizarse de la negación de una existencia a la afirmación de una inexistencia, apoyándose en la existencia del nudo borromeo como prueba convincente de la existencia de una tal “non-rapport”. Pero, a fines de su enseñanza, terminó reconociendo que no, que no se podía sostener semejante existencia negativa, y que el “Il n’y a pas de rapport sexuel” no se fundamentaba más que en su propia enunciación, en el hecho de que él, Jacques Lacan, lo había proferido y sostenido. Una manera de reconocer que un axioma no pierde su fuerza por no poderse demostrar. Es decir, por lo tanto, que no se tratará de interpretar este enunciado sino, más bien, de apreciar la estrategia en la que se encuentra atrapado. |
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