Salir de casa

(tres fragmentos)

Compartimos con nuestros lectores tres fragmentos de Salir de casa de la escritora Luba Jurgenson, libro recientemente publicado en nuestra colección
TEXTOS DE .

“¡Cómo se parece a Nadia Roucheva!”, dijo mirán­dome una joven con la que mi abuela y yo compartíamos un alquiler vacacional a orillas del Mar Negro.
  “¡Desgraciada tu lengua!”, exclamó la abuela.
  La primera vez que le escuché pronunciar esa fórmula mágica, iba dirigida a mí ¡Desgraciada tu lengua! Me dio mucho miedo, hurgaba mi lengua constantemente. Ahora sé que esta expresión significa algo así como “¡Dios no lo quiera!” y se utiliza para protegerse de la mala suerte.
   No me disgusta que me comparen con Nadia Roucheva. Las ilustraciones realizadas por esta ado­lescente circulan por todo el mundo, Italia, Estados Unidos, todos esos lugares a los que no podemos ir. Tradujo libros en imágenes. Eugene Onegin, La gue­rra y la paz, El maestro y Margarita en una versión abreviada. Dibujaba mientras sus padres le leían esos libros en voz alta. Se dejaba atravesar.
   Nadia Roucheva murió a la edad de diecisiete años. Demasiado sensible para vivir, se dice. Demasiado a la escucha. Cayó fulminada por esa corriente que la penetraba desde la oreja hasta el lápiz.
   Una lectura verdadera, una lectura sensible es, por tanto, aquella por la que se puede llegar a morir.
   Le envidio por esa hazaña de lectura, por esa genialidad demostrada mediante un acto. Pero yo de­cido vivir.
   Con una desgracia en la lengua.

∞∞∞

¡No le entiendo nada a tus patas de mosca!, grita la maestra y me lanza el cuaderno a la cara.
   ¡No son patas de mosca sino pisadas de lobo!
   La emoción que me daba cada nuevo libro durante la infancia. Tan aterrador como el lobo.
   En el zoológico, nunca llegábamos hasta la jaula del lobo. Estaba demasiado lejos y había que irse, porque ya era hora de comer, o porque la abuela tenía que preparar la cena, o porque el zoológico iba a cerrar. Yo pensaba que el lobo estaba escondido porque era muy terrible.
   El día en que por fin llegamos hasta ahí: ¿acaso eso es un lobo? Ese ser flácido y desgarbado. Me habían engañado. Era una imitación, una “farsa” de lobo, el verdadero lobo era demasiado aterrador debido a su hambre voraz de devoración.
   Ese no tenía hambre de nada.
   Luego, una revelación: nadie me había engañado. El propio lobo había escondido su verdadero rostro por piedad de los visitantes. Misericordia ante lo terrible.
   Escribir a paso de lobo: cuidar del prójimo.
   El niño se deleita con lo terrible — y abre el libro. A cuántos ancianos he escuchado decir: no hago más que releer.

∞∞∞

Estoy terminando mi segundo año de primaria. Mi abuela me pregunta cómo traducir “govoriat” al francés. Govoriat significa “on dit” (se dice). La abuela tiene la costumbre de hacerme preguntas a las que sólo puedo responder con “todavía no lo hemos visto”. Se encoge de hombros: “Entonces, ¿qué te enseñan?” Siento que en la escuela se nos oculta lo esencial. Pero yo había asimilado muy cuidadosamente todo lo que incluía mi libro escolar. Al año siguiente, se añadió el “on” francés a los seis pronombres personales. “On” (он, pronunciado: “one”) significa “él” en ruso. Cada vez que algunas palabras se escriben o pronuncian igual en ambas lenguas, es como ver, bajo el agua, los restos de la lengua universal. Al ir enriqueciendo mi vocabulario, poco a poco iré haciendo el duelo.
   En francés “on” es cualquiera. La profesora nos explica que es un pronombre “indefinido”. Una nebulosa humana. No es alguien, porque no es “uno”, es legión. Ni siquiera es una persona, sino sólo un trozo de una persona, una sección. En ruso sucede que el “on” a veces se expresa como “tú”. “Tú” también puede ser no importa quién. Pero “tú” también es un poco de mí, me incluye aunque sólo sea en el momento de la lectura. El “tú” conforma un rostro; el “on”, tan sólo una mancha pálida en su lugar. En ruso, para expre­sar “on”, también existe “la gente”, lioudi, o bien “el hombre”, tchelovek. A un hombre me lo puedo ima­ginar. Está de pie, desnudo y sin pelo, con una lanza en la mano, parado de perfil para que no veamos sus genitales, al final de una serie de criaturas cada vez menos peludas, cada una erigida un poco más. En la imagen está algo bronceado, pero lo veo blanquecino, porque “tch” es blanco en mi paleta acústica. Pero el “on” no lo puedo imaginar. Es como un gemido. Un bramido. Es el hombre antes de la palabra, invisible. El “on” no es silencio, es el tanteo de la lengua en la boca, el nacimiento de sonidos en la raíz de la lengua, que masticamos con la comida. Sonidos crudos.
   Una ventana ciega, una ventana trampantojo. La “o” de “on” sugiere que hay una apertura, pero está bloqueada por la “n” de la negación. El “on” es un “no” truncado. La ventana se abre para revelar una pared de niebla, una nube blanca que tiembla en el borde del campo de visión. Jamás visto cara a cara, se esconde. La transparencia de la “O” se ve difuminada por la nasalidad. El “on” es lo que no está ahí pero está en el borde. Al igual que el “tú”, al igual que el “hombre”, puede incluirme, pero entonces yo también quedaría truncada, vestida con el “no”.
   El “on” es la fórmula mágica para la desapropia­ción. Es el homo, visto desde atrás. El hombre. Híbrido de hombre [homme] y sombra [ombre].

Luba Jurgenson nació en Moscú en 1958 y vive en París desde 1975. Es escritora, traductora, académica y profesora de literatura rusa en la Universidad de la Sorbona. Codirige la colección Poustiaki en las ediciones Verdier. Es vicepresidenta de la asociación Mémorial France, dedicada a la preservación de la memoria de las víctimas del régimen soviético. 

Salir de casa
Luba Jurgenson
ISBN: 978-607-7694-50-2 
Precio: $240.00 MXN
Colección:
TEXTOS DE 

Traducción: Jaime Ruíz Noé
Año de publicación: 2024
Páginas: 114
Tamaño: 110 x 165 mm 

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